Y Luceros volverá a llenarse


Día 25 del confinamiento.

Ya no se oyen risas en El Postiguet. Hace días que la brisa de levante se llevó de La Explanada los restos de conversaciones informales disfrutadas al atardecer. En el año en el que un maldito bicho importado de tierras lejanas nos robó el mes de abril, Alicante viste de nuevo luto recatado.

Ya lucen, vacías y desangeladas, las calzadas de La Rambla, de Maisonnave, de Alfonso X, de Oscar Esplá, de la Gran Vía, del Paseíto de Ramiro, del Parque de Canalejas, de la Fábrica de Tabacos, del monasterio de la Santa Faz; de todas y cada una de las plazas, calles, parques y jardines de nuestra ciudad.

Ya no se oyen las risas de los nenes, ni los saludos socarrones de las amas de casa, ni las historias amarilleadas que los abuelos cuentan a las palomas. Ni aquí, ni en La Florida, ni en San Blas, ni en Benalúa, ni en Los Ángeles, ni en El Plá, ni en San Agustín, ni en San Nicolás de Bari, ni en Altozano, ni en Juan XXIII, ni en ambas Carolinas, ni en Babel, ni en Ciudad de Asís, ni en Vistahermosa, ni en La Albufereta, ni en San Gabriel, ni en Divina Pastora, ni en Colonia Requena, ni en Rabasa, ni en Tómbola, ni siquiera en mi amado Garbinet.

Fuente: Diario Información

Ya parece que la primavera se haya olvidado de dónde tiene su casa, mientras una suave llovizna gris baña a las palmeras solitarias del Palmeral, que se abanican con desgana al son de la tormenta pasajera, una de esas tan escasas y ansiadas en nuestra tierra. Ojalá sus aguas cayeran con brutalidad, con tanta fuerza como para arrastrar estas miserias y barrer para siempre la desesperación de nuestras vidas. Pero no será hoy.

Ya se acumulan las ausencias por los rincones de Santa Cruz, tan huérfanos ahora de tertulias desenfadadas, de risas espontáneas y de besos robados por los portales. Se arrebolan en sus mortajas los puestos plegados de los mercadillos de San Blas, Benalúa, Campoamor y el grandioso Mercado Central, privados todos ellos, por imposición municipal, de los mirones sediciosos y de los clientes curiosones. Se eclipsan absortos las balconadas del Raval Roig, asombrados de que nadie se asome ya a sus barandillas.

Fuente: Diario Información

Ya no llora el Rico Pérez ni ruge el Centro de Tecnificación, ausentes de animosos acólitos a prueba de disgustos, que también los balones se contagian hoy, allá donde hace apenas unas semanas echábamos pestes.

Ya implora la Serra Grossa porque alguien caracolee por sus sendas traviesas, donde hace milenios habitaron los primeros alicantinos. Ya echan de menos el Castillo de San Fernando y la Playa de San Juan a los pasos de los corredores que las atravesaban en sus desesperadas prisas por llegar no se sabe bien a dónde, como si las prisas tuvieran algo que ver con Alicante. Y en lo alto del Benacantil, la Cara del Moro suplica que alguien le suba una mascarilla con la que cubrir su agrietado rostro.

Fuente: Diario Las Provincias

Ya no escucho desde aquí tañer las campanas que llamaban a misa a los feligreses más remolones. Yacen deshabitadas las bancadas en liturgias consagradas a puerta cerrada. Ya se paró el reloj que quedaba en la torre superviviente del Ayuntamiento. Detuvo el tiempo su paso, en el año en que no tuvimos Santa Cena que echarnos a la boca, ni espectadores arremolinados en las empinadas callejuelas que llevan a San Roque, ni absolución al paso del Cristo de la Paz.

Ya solo nos queda la Procesión del Silencio en la que vive envuelta Alicante que, en su vano mutismo, ora a la Virgen de las Angustias, a la Virgen del Remedio y hasta al mismísimo Perpetuo Socorro, para que implore al Cristo de la Buena Muerte que acoja a los alicantinos y alicantinas que se nos van estos días para siempre.

Ya no suena estos días la música en nuestros bares, ni las cañas en nuestras terrazas, ni traquetea apenas el tranvía, ni se escuchan carreras tempraneras por llegar a tiempo al trabajo. El Altet, perplejo, mira sus pistas vacías y añora a los turistas que han dejado las maletas aparcadas para mejor ocasión. Ni las horchatas de Peret podrían estar más solas.

Ya solo nos queda la quietud y el silencio, voluntario y perenne, puntualmente desgarrado cada día, a eso de larocho de la noche, cuando miles de aplausos anónimos y agradecidos rompen los cielos y suenan a vidas contenidas, a esperanzas intactas y a mascletá desconcertada que exige que alguien le explique por qué ya no hay nadie ensalzando Belleas en las calles.

Fuente: Diario Las Provincias

Ya solo nos queda esperar. Y sabed que no será en vano, que Alicante no se rinde tan fácilmente, que esta tierra no sabe de derrotas ni de fracasos. Podrán darnos mil veces en el orgullo. Podrán sacudirnos fuerte. Podrán zarandearnos. Pero no podrá con nosotros ningún virus de mierda.

Que por algo somos la tierra de Miguel Hernández y de Arniches, de Belda y de Azorín, de Jorge Juan y Figueras Pacheco, de los Esplá y de los Manzanares, de Caruso y del Chepa, de Balmís y de Canalejas, de Pedro Ferrándiz y Pitiu Rochel, de Gastón Castelló y de Maisonnave, del Padre Belda, de Eusebio Sempere, del Negre Lloma, de Gil-Albert, de Bernacer, de Esplá, de Altamira, del Sargento Pomares… y del pie derecho de Kempes.

Y, por supuesto, de la Santa Faz. Cuando el 23 de abril abandone por un momento su monasterio y suba a lo más alto de Santa Bárbara, Alicante entera romperá en aplausos, y los cláxones y las campanas anunciarán que, como siempre hemos hecho, volveremos a triunfar, como hicimos antaño con las fiebres tercianas del siglo XVII, con el cólera en 1854, con la fiebre amarilla de 1834 o con la mal llamada gripe española de 1918.

Ya llegará el momento de ampliar los homenajes a los Quijano, Canalejas o Cavanilles, añadiendo a las nobles páginas de las mayores hazañas alicantinas, las que los héroes anónimos de nuestros días luchan en cada uno de nuestros hospitales y centros de salud.

Y volveremos a vernos y a reunirnos y a abrazarnos y a reír; y a compartir el soparet y la mistela y la coca amb tonyina; y a cremar la nit a la llum de les fogueres y a piropear a nuestras belleas, las que visten de novia alacantina y las que no; y a llorar con el Hércules y a vibrar con el Lucentum; y a soñar con un futuro mejor que nunca termina de llegar; y a besar bajo la luz de la luna que nunca nos abandona cuando bailamos embriagados, con la manta al coll i el cabaset, a los pies del viejo Mediterráneo; y a mirar al matxo del castell y a decir a voz en grito Visca Alacant! Visca la millor terra del mon! y Visca la mare que ens va a parir!

Hasta entonces, querid@ lector@, cuídate mucho y #quedateencasa; recuerda, Alicante no es nada sin ti…

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Acerca de Víctor Guerra

Blogueando desde 2007, que ya son años...
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