Como tratamos en anteriores artículos, la vinculación de Alicante con la actividad portuaria es pretérita y se remonta, como pronto, al siglo IV anterior a nuestra era con los primeros vestigios de asentamientos griegos, cartagineses y romanos.
En esta primera etapa, la ubicación del puerto de Alicante se situaba en el área de lo que hoy en día conforma la Playa de La Albufereta. No en vano, su origen está estrechamente vinculado con la ubicación de la antigua villa romana de Lucentum, cuyos restos arqueológicos aún pueden ser visitados a escasos metros de esta playa.
No es hasta avanzado el primer tercio del milenio – en torno al siglo XIII – cuando los asentamientos portuarios de la bahía de Alicante empiezan a trasladarse hacia terrenos más próximos al núcleo de población de Alicante, que se había visto desplazado hacia las faldas del Monte Benacantil.
La floreciente población primigenia de Alicante se expandía en torno a la medina musulmana situada en lo que hoy supone el Barrio de Santa Cruz y el vecino arrabal marinero del Raval Roig, auspiciados por la protección del castillo musulmán situado en la loma del Benacantil.
Francisco Javier de Balmis y Berenguer es uno de los alicantinos más insignes que ha dado nuestra tierra. Médico militar de vocación – hoy sería llamado epidemiólogo -, dedicó su vida a combatir epidemias como la viruela a lo largo de todo el mundo conocido, salvando con su labor cientos de miles e incluso millones de vidas.
Esta es la historia de uno de los alicantinos más nobles y abnegados que nunca hubieron. Tanto fue así que aún en 2020, doscientos años después de su muerte, el Ministerio de Defensa español renombró al dispositivo militar destinado para combatir la pandemia de coronavirus provocada por el CO-VID19 como «Operación Balmis» en honor a su memoria.
Ya no se oyen risas en El Postiguet. Hace días que la brisa de levante se llevó de La Explanada los restos de conversaciones informales disfrutadas al atardecer. En el año en el que un maldito bicho importado de tierras lejanas nos robó el mes de abril, Alicante viste de nuevo luto recatado.
Ya lucen, vacías y desangeladas, las calzadas de La Rambla, de Maisonnave, de Alfonso X, de Oscar Esplá, de la Gran Vía, del Paseíto de Ramiro, del Parque de Canalejas, de la Fábrica de Tabacos, del monasterio de la Santa Faz; de todas y cada una de las plazas, calles, parques y jardines de nuestra ciudad.
Ya no se oyen las risas de los nenes, ni los saludos socarrones de las amas de casa, ni las historias amarilleadas que los abuelos cuentan a las palomas. Ni aquí, ni en La Florida, ni en San Blas, ni en Benalúa, ni en Los Ángeles, ni en El Plá, ni en San Agustín, ni en San Nicolás de Bari, ni en Altozano, ni en Juan XXIII, ni en ambas Carolinas, ni en Babel, ni en Ciudad de Asís, ni en Vistahermosa, ni en La Albufereta, ni en San Gabriel, ni en Divina Pastora, ni en Colonia Requena, ni en Rabasa, ni en Tómbola, ni siquiera en mi amado Garbinet.
Fuente: Diario Información
Ya parece que la primavera se haya olvidado de dónde tiene su casa, mientras una suave llovizna gris baña a las palmeras solitarias del Palmeral, que se abanican con desgana al son de la tormenta pasajera, una de esas tan escasas y ansiadas en nuestra tierra. Ojalá sus aguas cayeran con brutalidad, con tanta fuerza como para arrastrar estas miserias y barrer para siempre la desesperación de nuestras vidas. Pero no será hoy.
Ya se acumulan las ausencias por los rincones de Santa Cruz, tan huérfanos ahora de tertulias desenfadadas, de risas espontáneas y de besos robados por los portales. Se arrebolan en sus mortajas los puestos plegados de los mercadillos de San Blas, Benalúa, Campoamor y el grandioso Mercado Central, privados todos ellos, por imposición municipal, de los mirones sediciosos y de los clientes curiosones. Se eclipsan absortos las balconadas del Raval Roig, asombrados de que nadie se asome ya a sus barandillas.
Fuente: Diario Información
Ya no llora el Rico Pérez ni ruge el Centro de Tecnificación, ausentes de animosos acólitos a prueba de disgustos, que también los balones se contagian hoy, allá donde hace apenas unas semanas echábamos pestes.
Ya implora la Serra Grossa porque alguien caracolee por sus sendas traviesas, donde hace milenios habitaron los primeros alicantinos. Ya echan de menos el Castillo de San Fernando y la Playa de San Juan a los pasos de los corredores que las atravesaban en sus desesperadas prisas por llegar no se sabe bien a dónde, como si las prisas tuvieran algo que ver con Alicante. Y en lo alto del Benacantil, la Cara del Moro suplica que alguien le suba una mascarilla con la que cubrir su agrietado rostro.
Fuente: Diario Las Provincias
Ya no escucho desde aquí tañer las campanas que llamaban a misa a los feligreses más remolones. Yacen deshabitadas las bancadas en liturgias consagradas a puerta cerrada. Ya se paró el reloj que quedaba en la torre superviviente del Ayuntamiento. Detuvo el tiempo su paso, en el año en que no tuvimos Santa Cena que echarnos a la boca, ni espectadores arremolinados en las empinadas callejuelas que llevan a San Roque, ni absolución al paso del Cristo de la Paz.
Ya solo nos queda la Procesión del Silencio en la que vive envuelta Alicante que, en su vano mutismo, ora a la Virgen de las Angustias, a la Virgen del Remedio y hasta al mismísimo Perpetuo Socorro, para que implore al Cristo de la Buena Muerte que acoja a los alicantinos y alicantinas que se nos van estos días para siempre.
Ya no suena estos días la música en nuestros bares, ni las cañas en nuestras terrazas, ni traquetea apenas el tranvía, ni se escuchan carreras tempraneras por llegar a tiempo al trabajo. El Altet, perplejo, mira sus pistas vacías y añora a los turistas que han dejado las maletas aparcadas para mejor ocasión. Ni las horchatas de Peret podrían estar más solas.
Ya solo nos queda la quietud y el silencio, voluntario y perenne, puntualmente desgarrado cada día, a eso de larocho de la noche, cuando miles de aplausos anónimos y agradecidos rompen los cielos y suenan a vidas contenidas, a esperanzas intactas y a mascletá desconcertada que exige que alguien le explique por qué ya no hay nadie ensalzando Belleas en las calles.
Fuente: Diario Las Provincias
Ya solo nos queda esperar. Y sabed que no será en vano, que Alicante no se rinde tan fácilmente, que esta tierra no sabe de derrotas ni de fracasos. Podrán darnos mil veces en el orgullo. Podrán sacudirnos fuerte. Podrán zarandearnos. Pero no podrá con nosotros ningún virus de mierda.
Que por algo somos la tierra de Miguel Hernández y de Arniches, de Belda y de Azorín, de Jorge Juan y Figueras Pacheco, de los Esplá y de los Manzanares, de Caruso y del Chepa, de Balmís y de Canalejas, de Pedro Ferrándiz y Pitiu Rochel, de Gastón Castelló y de Maisonnave, del Padre Belda, de Eusebio Sempere, del Negre Lloma, de Gil-Albert, de Bernacer, de Esplá, de Altamira, del Sargento Pomares… y del pie derecho de Kempes.
Y, por supuesto, de la Santa Faz. Cuando el 23 de abril abandone por un momento su monasterio y suba a lo más alto de Santa Bárbara, Alicante entera romperá en aplausos, y los cláxones y las campanas anunciarán que, como siempre hemos hecho, volveremos a triunfar, como hicimos antaño con las fiebres tercianas del siglo XVII, con el cólera en 1854, con la fiebre amarilla de 1834 o con la mal llamada gripe española de 1918.
Ya llegará el momento de ampliar los homenajes a los Quijano, Canalejas o Cavanilles, añadiendo a las nobles páginas de las mayores hazañas alicantinas, las que los héroes anónimos de nuestros días luchan en cada uno de nuestros hospitales y centros de salud.
Y volveremos a vernos y a reunirnos y a abrazarnos y a reír; y a compartir el soparet y la mistela y la coca amb tonyina; y a cremar la nit a la llum de les fogueres y a piropear a nuestras belleas, las que visten de novia alacantina y las que no; y a llorar con el Hércules y a vibrar con el Lucentum; y a soñar con un futuro mejor que nunca termina de llegar; y a besar bajo la luz de la luna que nunca nos abandona cuando bailamos embriagados, con la manta al coll i el cabaset, a los pies del viejo Mediterráneo; y a mirar al matxo del castell y a decir a voz en grito Visca Alacant! Visca la millor terra del mon! y Visca la mare que ens va a parir!
Hasta entonces, querid@ lector@, cuídate mucho y #quedateencasa; recuerda, Alicante no es nada sin ti…
Es un hecho relativamente conocido que la costa alicantina fue acechada por tropas vikingas a mediados del siglo IX. En la época convulsa que va desde la decadencia del imperio romano hasta la invasión islámica, la Península Ibérica estuvo durante varios siglos sometida al pillaje y el saqueo de varios pueblos centro europeos, siendo los visigodos los que tuvieron mayor presencia. Sin embargo, normandos, teutones e incluso los temibles vikingos escandinavos también visitaron nuestras tierras, como bien pueden atestiguar las crónicas de Orihuela y la Vega Baja.
Lo que no es tan conocido es que aquellos gigantes vikingos de largas cabelleras y temibles hachas de doble filo no eran unos simples piratas anónimos cuyo rastro se pierda en los albores del tiempo. Más bien al contrario, Orihuela fue una etapa más en las gestas de Björn Lodbrok, uno de los vikingos más fieros y temibles que nunca existieron, descendiente directo del mítico Ragnar Lodbrok, el primer gran caudillo vikingo reconocido cuyas gestas fueron cantadas por las sagas nórdicas de su tiempo y, mucho más recientemente, por la exitosa serie Vikingos, que emite desde 2013 la cadena HBO.
Recientemente los Reyes de España presidieron una reunión en el Palacio de la Zarzuela en la que quedo constituida la Comisión Nacional para conmemorar una de las mayores hazañas navales protagonizadas por la Marina Española, la primera circunnavegación del mundo a vela Don Felipe destacó que el hito logrado en 1519 por los navegantes Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano constituyó, de hecho, “el primer hito global de la Humanidad”, co-protagonizado por España.
La expedición fue promovida por la Corona de España con el objetivo de abrir una ruta a las Indias navegando hacia Poniente, en busca de las islas de las Especias. El joven Rey Carlos I nombró al navegante portugués Fernando de Magallanes “gobernador, adelantado y capitán general de la Armada para el descubrimiento de la especería”, y el marino partió de Sevilla el 10 de agosto de1519 al mando de cinco naves y 265 hombres, de los que un 64 por ciento eran españoles y el resto de 9 nacionalidades diferentes.
Cuando Magallanes murió en un combate con los indígenas de la isla filipina de Mactán (1521), un triunvirato encabezado por Elcano se hizo cargo de lo que quedaba de la diezmada flota. Tres años después, el 6 de septiembre de 1522 regresaba a Sevillala única nave superviviente de las cinco que iniciaran la expedición, la «Victoria», junto a 17 marinos supervivientes hambrientos, enfermos y exhaustos.
Sin embargo, este noble hecho de la historia de España guarda una estrecha relación con nuestra provincia, que hoy os queremos contar en este artículo.
Ahora que se habla tanto de independentismos, secesiones, DUI y demás movimientos reivindicativos, conviene hacer memoria para recordar que nuestra provincia también vivió en su momento su particular proceso de emancipación cuando reivindicó hasta conseguir la consideración de provincia independiente de Valencia, bajo la que estuvo durante muchos años unida en lo político, cuanto no en las esferas de lo cultural o de lo social.
Esta semana, en el transcurso de las conmemoraciones por su 50 cumpleaños, los medios se hacía eco del gesto del rey Felipe VI con su primogénita, la Infanta Leonor, Princesa de Asturias y heredera directa al trono, a la que impuso el Toisón de Oro, el mayor reconocimiento que la Corona Española puede conceder.
Mucho se ha escrito sobre esta noble condecoración, cuya imposición es un hecho extraordinariamente excepcional. De hecho, el Toisón de Oro, – representado por una cadena de oro de la que pende un carnero o vellocino, también de oro – es la máxima condecoración de la Insigne Orden del Toisón de Oro, orden de caballería fundada en 1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes, Felipe III de Borgoña.
Hablar del Orfeón Alicante es hablar de la historia de la ciudad. Su recorrido comienza con su debut el 9 de Enero de 1902 en el Teatro Principal de Alicante bajo la batuta del maestro D. Vicente Poveda, con un coro de 124 voces, el sólofue cantado por el tenor Gomis.
Este debut supuso, así mismo, la puesta de largo del Himno Oficial de Alicante compuesto en 1895 por el Maestro Latorre Baeza, nacido en Alicante en 1868 y cuya letra, como ya hemos comentado en anteriores reseñas, es obra de Milego y Martínez Yagües por encargo de La Peña “El Progreso” del Casino de Alicante.
Por encima de cualquier otro plato, el verdadero rey de la gastronomía alicantina es el arroz. No en vano, la inmensa mayoría de los grandes chefs españoles coinciden en valorar los arroces alicantinos como los mejores de toda España.
Está comprobado que el arroz se guisa en todas las regiones de España, pero hay determinados productos que son inseparables a su elaboración, tal y como la conocemos, como son el aceite de oliva de las montañas de Alicante, la ñora (pimiento de bola seco del que se obtiene el pimentón), el azafrán, el tomate o el ajo, productos de larga tradición en nuestra huerta. Mención aparte merecen los pescados – de los que son tan prolijas nuestras costas-, las carnes y las verduras de nuestra tierra.
Incluso los recipientes de cocina, como pueden ser la paella (“no paellera”), el caldero de hierro o la cazuela de barro, artículos que se elaboran en localidades vecinas como Agost desde tiempos inmemoriales, forman parte inseparable del arte de la buena cocina y que tan útiles resultan para hallar el punto de cocción que las cocineras y cocineros alicantinos afinan extremadamente, para darle el sabor y color que nos identifica.
De entre la amplia variedad de elaboraciones de arroces alicantinos que podemos encontrar, hoy nos detendremos en el que probablemente sea el «rey de nuestra gastronomía», así como el mero lo es de nuestros mares. Nos estamos refiriendo, por supuesto, al arroz de caldero.
La historia de Alicante está estrechamente ligada a la de su puerto, que ejerce de cabecera y umbral al mar de la ciudad y, en buena medida, de la provincia. Como ciudad milenaria mediterránea que es, el Puerto de Alicante ha jugado y aún juega un papel crucial en la vida e historia de la ciudad, una influencia que afecta al plano económico, político, urbanístico, militar y social.
Lo que tal vez muchos alicantinos no saben es que el actual puerto, situado al sur de la playa del Postiguet tuvo varios antecedentes, algunos de los cuales convivieron en el tiempo. Estos atraques, hoy desaparecidos, estaban situados en diferentes espacios de la orografía de las costas de la ciudad. En este artículo hacemos un recorrido por su historia, con el que cerramos nuestra trilogía sobre los orígenes históricos del Puerto de Alicante.
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