El bombardeo de Alicante en 1691 (parte II)


Con las primeras luces del 23 de Julio de 1961, el enemigo intentó un  desembarco quemando tres embarcaciones que había en la ensenada del Baver (Babel), atracando en la playa 33 lanchones y falúas armadas de mosquetes y artillería corta, apoyados por las  galeras que disparaban continuamente. El pueblo alicantino se preparaba para resistir con todas sus fuerzas los ataques del enemigo francés, que acechaba con su flota a las puertas de la ciudad.

Este movimiento alarmó mucho a los alicantinos que por un lado trasladaron un cañón al cerro del molino de viento,  en la montañeta así como cincuenta austriacos, por otro lado las fuerzas que defendían el trincherón construido en aquella playa, rompieron el fuego contra el enemigo, los cuales fueron rechazados, después de un encarnizado combate, con pérdida de 47 franceses y muchos heridos, mientras todo esto sucedía en el sur. Por otro lado la batería de la puerta Nueva, al final de la Villavieja desarboló un navío francés.

D’Estrés enfurecido con aquel descalabro mando redoblar el fuego de todos los buques, este día los franceses dispararon 1.300 proyectiles a pesar de que casi todas las casas enfrente del mar estaban en ruinas y a simple vista se notaba que las defensas, a pesar de su valor, no podían hacer frente  al cerco por mar y por tierra.

La pérdida de la plaza parecía inevitable y creyendo D’Estrés que no osarían resistirse, suspendió el fuego a las doce y media de la mañana del referido día 23; enviando una segunda embajada para explorar el ánimo de los defensores, pero reanimados los alicantinos con aquel tiempo de descanso, y sintiendo arder en sus venas la sangre de sus gloriosos antepasados por las propuestas de rendición y amenazas del parlamentario francés, rechazaron con indignación respondiendo que jamás rendirían el pabellón español.

Encolerizado una vez más el conde D’Estrés, por la resistencia de Alicante a sucumbir a sus planes, ordenó seguir el bombardeo en la tarde/noche del ya citado día 23. Continuando desde las primeras horas del día 24, quedando suspendido el fuego a las seis y media de la tarde de este día, contándose más de 3.000 bombas las que se dispararon desde que se inició el bombardeo.

Nuestras autoridades a la vista de los escasos víveres que quedaban en existencia para resistir el asedio, se reunieron en Junta de Guerra, el día 23, acordando dirigir despachos a las ciudades y villas del Reino, rogando a sus Concejos y próceres  que socorriesen con municiones de boca a la desamparada población.

La  situación de la población era insostenible, hambre, la escasez de municiones había llegado al extremo de quedar fuera de servicio alguna batería, fiando a la infantería la defensa de toda la plaza, resumiendo,  el pánico empezó a esparcir el desorden entre los sitiados: los paisanos desoyendo las peticiones de sus mujeres e hijos que les pedían llorando que abandonasen sus puestos, los austriacos, reducidos al máximo se negaban a obedecer a sus jefes y el comandante de nuestra guarnición haciendo vanos esfuerzos para reanimar el ardor de sus subordinados.

Todo esto eran motivos para que la ciudad se hubiera entregado; pero no sucedió así, resignada Alicante a sufrir sus desventuras para evidenciar su heroico proceder a los pueblos, su fidelidad al trono y su patriótica conducta a los alicantinos del porvenir.

El enemigo permaneció tres días sin atacar a nuestra Ciudad, aprovechando  esta ocasión; llegaron a nuestra destartalada ciudad, respondiendo a la petición de nuestra Junta de Guerra del  día 23, algunas gentes con el bastimento solicitado: de la villa de Bocairente  con 16 cargas de pan; de Onteniente con 20 cahices de trigo hecho pan y 250 cántaros de vino; de Alcoy con 40 cargas de pan;  de Cocentaina con 10 cargas de pan y ocho de vino; de Planes con cinco cargas de pan, dos de vino y  una de aceitunas; de Bañeres 10 cargas de pan; de Onil 40 cargas de pan y aceitunas y de Almansa con 250 arrobas de harina, 80 carneros salados y ocho arrobas de pólvora.

El día 27, estimando D’Estrés el desaliento que reinaba en la plaza, dio orden de botar los esquifes al agua y de arrojarse con las tropas a la playa; pero vista tan temeraria operación llenó de ira a los sitiados y en menos de veinte minutos la muralla se vio coronada de una importante cantidad de ciudadanos, compuesta de militares y civiles;  mujeres y  niños que momentos antes se enjugaban las lágrimas, ahora se ocupaban de cargar los fusiles de sus padres y esposos, y algún cañón agotando la poca pólvora que quedaba, obligó a los franceses a volver a sus buques con graves descalabros.

Enfurecido el Conde D’Estrés por este hecho, a las nueve de la noche del día 28, prosiguió el bombardeo hasta las dos de la madrugada del siguiente, que suspendió los fuegos, habiendo arrojado 500 carcasas; aprovechando la obscuridad de la noche para levar las áncoras de los buques y pontones, acercándolos a medio tiro de cañón.

El 29 de Julio, la suspensión, por tercera vez del combate, fue muy oportuna,  pero ni aún así nuestros paisanos fueron capaces de cerrar un ojo, pensando que el nuevo  día sería más cruel que los anteriores, llegando informes que el Conde D’Estrés  resolvió disparar 1500 cañonazos para terminar de arruinar lo poco  que quedaban en pié, y no  quedando municiones, ni gente,  no  tenían más remedio que rendirse.

5

En primer plano, el navío español de tres puentes y 112 cañones San Hermenegildo, seguido por otras unidades de línea españoles. Museo Naval (Madrid).

Pero la providencia quiso premiar su patriotismo y su constancia, y al despuntar la mañana apareció por el Cabo del Aljibe (actualmente Cabo de Sta. Pola) un bergantín de guerra, que descubierto por el vigía del castillo de Sta. Bárbara, D. Francisco de P. Ibáñez, teniente castellano, que viendo que era español, inmediatamente bajó a participar a los defensores que se trataba de la Escuadra Real (antecesora de nuestra actual Armada) proveniente del Oeste formando parte de la Armada del Océano, con rumbo a nuestro puerto, los cuales llenos de regocijo echaron las campanas al vuelo y esparcieron la noticia por toda la ciudad.

Alarmado el conde D’Estrés por aquel clamor, quiso averiguar la causa, descubrió a estribor de su navío y a media distancia la escuadra del Conde de Aguilar, compuesta de veintidós velas, que se dirigía viento en popa contra sus buques  y ante el temor de pasar de vencedores a vencidos, y con mengua del pabellón francés, inmediatamente dio orden de desancorar sus buques, zarpando aceleradamente hacia Levante, huyendo a vela y remo, sin que le detuviera un cañonazo que disparo la Capitana española, con abandono de las anclas y perdida de un navío de 34 cañones, otro de 22 y un tercero menor, que se le apresaron en la bahía,  así como dos galeras en Guardamar.

Retirada de la escuadra de Luis XIV

Retirada de la escuadra de Luis XIV.

Después que el resto de la escuadra francesa atravesó el Cabo del Alcodre (actualmente Cabo de la Huerta), los buques españoles vinieron al puerto de Alicante, siendo saludados por el repique de campanas  y las aclamaciones del pueblo, que enarbolando el pabellón, supo aceptar la ruina y el martirio antes de envilecer su independencia a los pies de un extranjero.

Al regresar a la Ciudad las gentes que la abandonaron cuando se inicio el bombardeo, apenas encontraron un edificio entero, ya que de las aproximadamente 2000 casas que había en el recinto de la ciudad, apenas encontraron un edificio ileso, la casa de la ciudad estaba derruida así como el precioso archivo que había ardido, la cárcel destruida y los templos también muy deteriorados.

Desgraciadamente, apenas quedan en nuestros días diez o doce casas de las construidas antes del bombardeo. La numerosa población de Alicante quedó reducida a setecientos cuarenta y tres vecinos, en su mayor parte, sumidos en la indigencia. No obstante, a pesar de la miseria en que quedaron, los alicantinos se dedicaron a extraer los escombros que llenaban las calles  y  reconstruir la población.

En uso hasta que Carlos III por Real Decreto de 28 de mayo de 1785 ordeno el cambio

Estandarte real de España de la época. Estuvo en uso hasta que Carlos III ordenara cambiarlo en 1785 por la bandera rojigualda actual. Museo Naval, Madrid.

Bibliografía

  • Reseña Histórica de la Ciudad de Alicante (Nicasio Camilo Jover. Alicante, 1863)
  • Resumen  Histórico de la Ciudad de Alicante (Fco. Figueras Pacheco. Alicante, 1963)
  • El Castillo de Santa Bárbara de Alicante (Fco. Figueras Pacheco. Alicante, 1962)
  • ARCHIVO DEL INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL DE LA ARMADA   ESPAÑOLA  (1680-1691)
  • Historia de España y de las Repúblicas Latino-Americanas (Alfredo Opisso.- Barcelona, 1865)
  • Crónica de la Muy Ilustre y Siempre Fiel Ciudad de Alicante (Rafael Viravens y Pastor)
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